El calendario avanza y Pedro Sánchez no da nada por hecho. En la recepción del Doce de Octubre en el Palacio Real, el presidente en funciones y sus ministros se mostraron muy prudentes ante la compleja negociación con Carles Puigdemont para acordar la amnistía para los afectados por el ‘procés’, la clave de bóveda del acuerdo multilateral que necesita Sánchez para seguir en la Moncloa.
En este intento de pacto entre dos personas con currículums políticos muy singulares hay razones personales que les anclan a la negociación: el ‘expresident’ puede dar luz verde a un acuerdo que aliviará no solo su vida, sino también la de centenares de personas afectadas por la amnistía, y el líder del PSOE quiere hacer historia y demostrar otra vez que convierte las debilidades en oportunidades.
La presión de los beneficiados por la medida de gracia
La entidad independentista Òmniun calcula que 1.432 personas se verían beneficiadas por la amnistía. Desde la noche de las elecciones generales del 23 de julio, Puigdemont no solo está recibiendo presión del PSOE y Sumar para alcanzar un acuerdo, también le están llegando mensajes directos e indirectos de los posibles afectados por la medida de gracia. Algunos deben enfrentarse a juicios que podrían acabar con penas de cárcel y otros también con pérdida de patrimonio. Muchos con hijos, con padres mayores, con vidas que están pendientes de que un político sin cargo orgánico en Junts decida qué van a votar en la investidura los siete diputados de Junts.
Con cualquier otro dirigente, las crónicas periodísticas estarían llenas de mensajes animando a Puigdemont a pactar con Sánchez la amnistía. Sin embargo, el ‘expresident’ se ha labrado en estos seis años un aura de emperador con la que, por ahora, evita todas esas fisuras internas. Nadie levanta la voz, él controla todo.
Todos los partidos están pendientes de qué hace con su pulgar ante Sánchez (investidura o vuelta a las urnas), sí, pero a Puigdemont le debe de estar pesando mucho saber que de él depende si esta Navidad es la del alivio y el reencuentro o la de una campaña electoral cuyo final es una incógnita. En unos nuevos comicios, Junts podría mantener los siete escaños, pero podría no ser lo relevante que es ahora.
Solucionar un conflicto territorial histórico
Sánchez es el político que mejor ha sabido convertir sus debilidades en oportunidades. Lo hizo cuando sus compañeros le echaron de la secretaría general, el 1 de octubre de 2016, y lo ha vuelto a hacer este año después del revolcón que le dio Alberto Núñez Feijóo (PP) en las municipales y autonómicas de mayo. El líder socialista reaccionó en pocas horas y convocó unas elecciones generales anticipadas en las que obtuvo un resultado mucho mejor del esperado y con el que puede revalidar su cargo pese a no haber ganado.
Ahora quiere convertir en oportunidad la obligación que tiene de entenderse con Puigdemont si quiere seguir en la Moncloa y ha concluido que, pese a haber renegado de la amnistía en el pasado, ese perdón es el vehículo para solucionar el conflicto territorial con Catalunya. Cuentan los suyos que está determinado en acabar con unas tensiones «cíclicas» que «España lleva sufriendo más de 400 años». Desde la guerra del Segadors, en 1640, citan, hasta la república catalana de 1931 con Francesc Macià y ahora el ‘procés’, en 2017.
“Una de las cosas por las que pasaré a la historia es por haber exhumado al dictador”, dijo el año pasado en referencia a su decisión de sacar a Franco del Valle de los Caídos. Ahora quiere sumar otro motivo. Cree que, si a Felipe González le tocó tener que democratizar el Ejército tras la dictadura y a José Luis Rodríguez Zapatero, acabar con la banda terrorista ETA, él debe poner fin a la desestabilización del independentismo con un mejor encaje de Catalunya en España.
La «pedagogía» de la Moncloa, tarea pendiente
Noticias relacionadas
Sánchez no quiere vender las supuestas bondades de la amnistía por si finalmente no hay acuerdo con Puigdemont y hay que repetir las elecciones generales. Por eso la «pedagogía» de la Moncloa todavía no ha llegado, pero los argumentos que se escuchan estos días a altos cargos del PSOE es que creen que con la medida de gracia se neutralizaría a Puigdemont de dos maneras: el ‘expresident’ pondría fin a la campaña de desprestigio contra España que lleva seis años haciendo desde Bruselas y ya no podría presentarse ante los suyos como una víctima del «Estado represor».
Una de las personas que más poder ha tenido en el PSC en las dos últimas décadas quita importancia a que pueda volver a la política catalana y se convierta en un riesgo para Salvador Illa, ganador de las últimas elecciones a la Generalitat. ¿De verdad Puigdemont va a volver para ser de nuevo presidente de una autonomía?, se preguntan muchos. No sabemos la respuesta, otra incógnita más que el dirigente independentista tiene que aclarar en las próximas semanas.