Cuando Emmanuel Macron llegó al Elíseo, una de sus promesas fue la de «revitalizar las relaciones con el África francófona», básicamente el Sahel, el cinturón de países al sur del Sahara. La sucesión de acontecimientos que comenzó el año pasado y parecen ahora acelerarse no deja lugar a dudas de que la promesa fue un brindis al sol. Francia, antigua metrópoli, se ha visto expulsada sucesivamente de Malí, Burkina Faso y Níger, como consecuencia de golpes militares que han derrocado los regímenes aliados de París. La amenaza de invasión -directa, o por poderes- ha llevado a los tres países del Sahel a suscribir la semana pasada una alianza de defensa, que haría muy peligrosa una aventura militar por parte de Francia.
Para tensar la situación, París se resiste a cumplir las exigencias del nuevo régimen de Níger: retirar a su embajador en la capital y desmantelar su base militar en el país. Macron ha dramatizado el pulso al afirmar que su representante diplomático en Niamey es «rehén» de la Junta golpista, lo que podría servir de excusa para una intervención militar; pero sabe que tiene la partida perdida y tendrá que aceptar la salida vergonzante del diplomático y de los militares del país.
¿Cómo ha podido llegarse a esta situación? Los analistas europeos basculan entre el escándalo y la llamada de alerta, porque la ola antifrancesa podría extenderse a otros países africanos que todavía mantienen buenas relaciones con París, como Sudán (Dakar), Chad y sobre todo Costa de Marfil. Los gobiernos de esos países son francófonos, pero existe malestar en la calle hacia la antigua metrópoli.
Con o sin movilización teledirigida por los golpistas, o campañas de desinformación en las redes sociales, lo cierto es que las protestas contra Francia en los tres países desafectos del Sahel han dado la vuelta al mundo. ¿Cómo ha podido llegarse a ese nivel de desafección en el África francófona hacia la antigua metrópoli?
Prometer y no cumplir
Los golpistas antifranceses acusan al Elíseo de prometer y no cumplir desde hace muchas décadas. Lo cierto es que las ayudas al desarrollo europeas y francesas en particular han decaído progresivamente. Francia ha parecido interesada solo por la lucha contra los movimientos yihadistas que han aparecido en todo el Sahel, como franquicias de Al Qaida y Estado Islámico. Su gran operación militar, que al menos supuso la llegada de dinero europeo y de la ONU, concluyó el año pasado; pero los yihadistas siguen campando a sus anchas, y ha crecido el nivel de bandas dedicadas sin más al crimen y el secuestro. Un argumento que ha servido a los jóvenes coroneles golpistas para concluir que ellos están más capacitados que los gobiernos pro-franceses para garantizar la seguridad, sin plegarse a ningún interés extranjero.
Junto al aspecto material y de seguridad, juega también la percepción de la Francia orgullosa y condescendiente con sus ex colonias africanas. Para muestra un botón. En 2019 el presidente Macron convocó una cumbre de presidentes del Sahel en París solo para exigir explicaciones por un incidente en el que habían muerto militares franceses. La anécdota ha quedado grabada como un agravio permanente.
¿Será Rusia la alternativa a Francia? De hecho las tropas del grupo mercenario del Kremlin, la compañía Wagner, ya operan en Burkina Faso y se han ofrecido a Níger. A Putin la perspectiva de introducirse en los países que han expulsado a los franceses le resulta muy atractiva, aunque solo sea por la explotación de minerales como el uranio. Pero los expertos son muy escépticos. El mal papel de Moscú en la República de Centro África, y su dudosa aportación en las guerras de Siria y Libia, no prometen nada mejor en el Sahel.