El 17 de agosto se constituyeron las Cortes de la 15ª legislatura con toda normalidad. Por primera vez, entre los 350 diputados, la mitad son mujeres. La media de edad es un poco superior a la anterior y la mitad repiten como parlamentarios. Y aunque hay tantos grupos políticos que no es posible gobernar sin ponerse de acuerdo unos cuantos, el número total de formaciones políticas es inferior al de la anterior legislatura.
España es un Estado democrático de derecho y el Parlamento representa a la totalidad de los ciudadanos de este país. Afortunadamente, no existe una sola manera de entender la política, ni el territorio ni la lengua ni, obviamente, la identidad. Por eso, por su diversidad, el Parlamento nos representa a todos. Por eso, cuando los ciudadanos eligen, toca a los políticos llegar a acuerdos para gobernar y tirar del carro y alguien tiene que ejercer el liderazgo, buscando el máximo común denominador que nos une. Por eso no valen excusas de mal perdedor ni rasgaduras de vestiduras ante la composición plural de los representantes políticos. No hay pensamiento único que pueda representar a un país de más de 46 millones de habitantes, y ningún partido puede arrogarse la representación de España sin empobrecer la riqueza de sus opciones de sensibilidad y pensamiento.
Como federalista pragmática que soy, estoy convencida de que lo mejor que podemos ofrecer para gobernar a esta España diversa, en gentes y paisajes, es un Estado federal. Por eso, en la constitución del Parlamento me gustó la música que escuché. Primero, Cristina Narbona, como presidenta de la mesa de edad, nos sorprendió con un discurso llamando al entendimiento y al diálogo. Posteriormente, la elección por mayoría absoluta de Francina Armengol dejaba claro que la mayoría de los partidos supieron ponerse de acuerdo para la elección de la Mesa. Armengol, declarada federalista, a la que no tengo por menos que felicitar y desearle que pueda desempeñar su labor con un parlamento propositivo y respetuoso con la pluralidad, empezó bien: resaltó los valores y la cultura federal, la concordia y el entendimiento, sentó las bases de lo que será su presidencia, empezando por la voluntad de normalización de las lenguas cooficiales y aceptando las diferentes maneras de prometer o jurar la Constitución, tal y como ya había reconocido el TC en su última sentencia. Me pareció un buen inicio, porque más allá del teatro y de la necesidad de marcar territorio, esa es nuestra España, la de la diversidad.
La normalidad en la constitución de la Mesa demuestra que el entendimiento, aunque complicado, es posible. Si la investidura de Pedro Sánchez se hace realidad, lo territorial tendrá un peso importante debido a la automarginación a la que se han sometido los partidos de derechas, al plantear una oposición y una campaña electoral basándose en la negación de legitimidad, el enfrentamiento y la descalificación del adversario. El PP, escorado a la extrema derecha, ha perdido su centralidad y sentido de Estado, olvidándose de que los españoles somos plurales y poco propensos al pensamiento único. Sentirse muy español y no aceptar España en su diversidad es un oxímoron. El PP, si quiere gobernar España, tendrá que aprender a construirla con el resto de la cámara, tal y como hacen el resto de los partidos. De entrada, con un poco de buena disposición.
Esto no es nada nuevo, nuestra democracia surgió de un entendimiento generoso entre diferentes fuerzas, de derechas y de izquierdas, y de concepciones de España centralistas y plurinacionales. Nuestra Constitución, aunque no se definiera como federal, surgió de los valores del federalismo: descentralización administrativa, aceptación de las diferentes maneras de pensar, de la negociación, del acuerdo y del sentido de lealtad institucional. Y nuestra democracia ha crecido con los pactos para gobernar de los partidos mayoritarios (PSOE y PP) con los partidos nacionalistas de las diferentes CCAA, especialmente vascos y catalanes.
A mi entender, el actual Parlamento abre una legislatura compleja que requerirá mucha cintura política, pero también abre una ventana de oportunidades si va más allá de las reivindicaciones puramente tácticas de los partidos independentistas y existe la voluntad de construir colectivamente.
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Más allá de una posible amnistía y de peticiones para arreglar situaciones personales complicadas, en las que algunos actores se hayan metido por propia voluntad, hace falta una mirada larga que mire al país en su conjunto y en su trayectoria histórica. Llegados al final de la descentralización que permite nuestra Constitución, el reto en esta legislatura es abrir una segunda etapa del Estado de las autonomías, corregir sus disfunciones para fortalecerla y aproximarla al modelo federal. Nada de esto se puede lograr sin el concurso de todos y es esto lo que ahora toca negociar. Hemos empezado bien, con la normalización en el Parlamento de las lenguas cooficiales reconocidas en la Constitución. Los pasos siguientes están ahí: financiación, mejor definición de las competencias, colaboración de las CCAA en la gobernabilidad, redefinición del Senado… No hay que decir que tanto el castellano como el resto de las lenguas son patrimonio colectivo, su normalización es una responsabilidad de todos y no puede quedar en manos únicamente de los respectivos territorios. No estaría de más que existiera en la enseñanza obligatoria de toda España una asignatura de introducción a las lenguas cooficiales y una especie de Erasmus de intercambio de alumnos entre diferentes CCAA. En conclusión, entender las lenguas españolas como lo que son: fuentes de riqueza cultural, mecanismos de comunicación y entendimiento y patrimonio de todos los españoles.
Sin prisa, pero sin pausa hay que ir avanzando hacia el Estado federal, hacia un Estado que nos incluya a todos y nos organice mejor. Federar es aprender a reconocernos, a escucharnos, a querernos, a respetarnos para resolver los problemas que nos afectan a todos y construir juntos cada día -con el concurso de las visiones particulares- un futuro de progreso, libertad y concordia. Esa es la España más unida, la que sin duda nos representa mejor a todos. El reto es grande, pero anteriormente otros retos que parecían imposibles ya los hemos sabido superar. Para avanzar, no permitamos que lo particular nos enrede, no permitamos que los árboles nos impidan ver el magnífico bosque que ya tenemos delante.