El secretario general de la OTAN llega al final de su mandato en un momento crucial para la OTAN y el orden internacional: el verano en el que, si no llega a tiempo la ayuda militar occidental, Ucrania se juega definitivamente su existencia. A Jens Stoltenberg le rodea una creciente tensión por la mala marcha de los acontecimientos en la guerra de Ucrania. Y no solo se la transmiten sus asesores militares y diplomáticos, también, y de forma muy apremiante, el gobierno de Kiev. Su presidente, Volodimir Zelenski, el pasado 29 de abril le verbalizó la más angustiosa petición de las que ha formulado desde febrero de 2022, mes de inicio de la actual invasión rusa a gran escala.
Ucrania necesita con urgencia baterías de defensa antiaérea, munición de artillería y radares. Son las tres peticiones básicas que repite Kiev, mientras va perdiendo su capacidad de aguantar los bombardeos aéreos y los embates acorazados rusos. El ejército ucraniano precisa tener cuanto antes medios para evitar los ataques a centros urbanos y, también, a las centrales eléctricas.
En este segundo caso la cuestión se ha vuelto apremiante desde que Kiev confirma el detalle de que será muy difícil que para el próximo invierno estén reparadas la mayor parte de las infraestructuras eléctricas ucranianas destruidas por los drones y misiles de Moscú.
Pero es al verano hacia donde se mira de forma más inmediata en los comités de la Alianza Atlántica. Se espera una potente contraofensiva rusa y los estados aliados que forman la OTAN podrían verse sentándose en julio en la próxima cumbre de Washington con la segunda ciudad ucraniana tomada ya por los rusos.
Temor real
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La caída de Jarkov es un temor real de los analistas militares de la alianza, que hablan más de eso que de maniobras con armamento nuclear táctico u otras distracciones del Kremlin. Stoltenberg trata de agilizar el máximo de ayuda posible para que Kiev pueda atrincherarse y aguantar la ofensiva estival. Este impass es crucial: el análisis en la Alianza Atlántica es, tal como tiene dicho su scretario general, que aún hay tiempo y, si se recibe ayuda ahora, Ucrania podría contestar y recuperar terreno el año que viene. Si no llega a tiempo la ayuda, Ucrania podría tener problemas en 2025 para sobrevivir como estado soberano y un nuevo horizonte se abriría ante Rusia, haciendo creíble la previsión de que, en cinco años, Vladimir Putin podría creerse en situación de pisar suelo de un país OTAN.
Así de acuciante es el mensaje de Zelenski que el primer dirigente de la Alianza ha transmitido a los socios. Y también a España. “Ucrania necesita radares”, ha apremiado Stoltenberg a la ministra española Margarita Robles en la última conversación mantenida por ambos, confirman a EL PERIÓDICO fuentes militares españolas.
Tan urgente es la necesidad de ayuda de Ucrania que Stoltenberg ha cambiado su forma de pedir a los aliados. Ahora ya reclama que primero cada Estado entregue el material y después (no antes) se plantee cómo reemplazarlo en su arsenal.
Nunca antes lo había hecho así. Pero es que tres signos valorados en Bruselas y Washington dan idea de una crítica situación.
Malos detalles
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Uno de ellos: las intromisiones en cielos OTAN de aviones militares tripulados rusos en ataques a territorio ucraniano duran más tiempo que en el primer año de guerra. Ahora, un caza ruso puede violar el espacio aéreo polaco, rumano o letón hasta tres minutos, cuando antes esas incursiones que disparan las alarmas de las patrullas de policía aérea (en las que participan cazas Eurofighter y F18 españoles) no pasaban del minuto.
En la OTAN no se interpreta que Putin quiera provocar a la Alianza con esas violaciones de espacio aéreo, pero sí se valora su riesgo político. Estas incursiones son muy peligrosas, pues podrían dar lugar a que un socio de la Alianza active el artículo 4 del tratado y llame a consultas a sus aliados sintiéndose amenazado.
Las incursiones se han hecho tan frecuentes que, pese a la falta de comunicación oficial OTAN- Rusia, han provocado una queja formal que el presidente del Comité Militar de la Alianza, Rob Bauer, ha transmitido recientemente al jefe del Estado Mayor ruso, el general Valery Gerasimov. El máximo mando militar del Kremlin le dio largas como respuesta: le dijo que lamenta la actual actitud de la OTAN ante las operaciones con que Rusia trata de preservar su seguridad, relatan fuentes de la Alianza.
El cansancio
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Otro de los malos detalles es la velocidad del avance ruso. En 2023 -en cruentos combates de un teatro de operaciones que quizá algún día se describa del todo- el ejército de Putin avanzaba el frente del Donbás hacia el oeste una media de 50 metros al día. Ahora, son 100 metros al día, han aseverado los militares de los grupos de análisis a la cúpula política de la OTAN.
Y un tercer detalle completa el retrato de la desesperante situación ucraniana: cada vez son menos efectivas las levas de Kiev. Las campañas de reclutamiento se ven perjudicadas por una salida creciente de ucranianos fuera del país. Ya presentarse voluntario -lo habitual en marzo de 2024, con los rusos en Bucha- es cada vez más excepcional.
Es fruto del cansancio. Van dos años y dos meses de guerra abierta. El desgaste es ucraniano, y va siéndolo paulatinamente también de las opiniones públicas occidentales.
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Entre ellas destaca España todavía en su apoyo a la ayuda a Kiev. La OTAN hace periódicas catas demoscópicas para tomar la temperatura del apoyo. En la última, del pasado mes, los encuestados de España se manifiestan a favor en un 79%. La media es del 63% en los 32 países firmantes del tratado.
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